El próximo 1 de mayo se conmemorará un cuarto de siglo de la marcha de José Manuel Calvo Boninchón, Manolo Montoliu en los carteles, al olimpo de la tauromaquia después de una lograda carrera como banderillero tras la estela de Paco Honrubia, otro de los grandes subalternos del siglo XX
De verde oliva bordado en azabache. Ese fue el traje con el que su álgida carrera como torero de plata se vio truncada por el toro “Cubatisto” de la ganadería de Atanasio Fernández. Manolo, con su habitual gallardía, citó al toro con su último par de banderillas en la mano derecha. Lento, melodioso y con torería caminó hacia el animal, que retraído en los terrenos de tablas, fijó la mirada en lo único que allá lejos se movía. El subalterno valenciano, en el centro del ruedo maestrante, se creció, se perfiló y -despacio, recreándose en la suerte- clavó quieto, reunido y fundido con el toro. El rehiletero, lejos de cualquier ventaja y cuarteos precitados, labró la suerte como se engarzan esas joyas preciosas en el arte del toreo: con una sustancia imperecedera, imponderable, fluida, alada y sutil que se llama estilo. El toro, fijo y reservón, le ganó la raya del tercio y en el momento mágico de la reunión, le prendió por el pitón derecho y con el izquierdo le infirió una cornada mortal en el tórax para partirle el corazón de un golpe seco. En cuestión de segundos, una vida.

Manolo Montoliu en un par de banderillas. Foto: Archivo.
Montoliu, con treinta y ocho años de edad, sabía que cuanto más aguante demostraba en su caminar, más se lo iban a celebrar. Manolo nunca renunció a sus formas, por encima de todo, estaba la fidelidad a sí mismo. Desde ese primero de mayo de 1992, sus pares de banderillas no han hecho más que engrandecerse. Aquella entrada tan lenta a la cara del toro respondió al deseo de no dejarse ganar la pelea por nadie. A la muerte del segundo toro se suspendió el festejo. Un ramo de claveles rojos y blancos fue colocado junto con su montera donde se había producido el fatal desenlace. “Lo cogió por la corva y lo levantó pero ahí todavía no le había pegado la cornada. Sin embargo, se vio como el toro miró cómo bajaba el cuerpo, Manolo lo sabía porque le puso la mano en lo alto de la testuz, le adelantó la cabeza y le traspasó totalmente el pulmón y el corazón”. Así narra el trágico suceso Ramón Vila Giménez, jefe de enfermería de la plaza de toros de La Maestranza desde 1978 hasta su jubilación en 2011, que sigue recordando a la figura: “Era una persona entrañable y muy simpática y un banderillero especial porque tenía un cuerpo muy alto para ser torero pero supo acomodar su condición al toreo. Al llegar al toro, hacía una parada y se dejaba venir al animal y con su fuerza y su altura le clavaba los rehiletes”. El médico y cirujano, que sigue yendo a los toros, manifiesta que “cuando torea su hijo José Manuel aquí en Sevilla se me pone la carne de gallina porque se parece mucho a padre en su físico y en su forma de torear”.
Lo que le diferenciaba del resto de mortales era la torería, aquel aroma misterioso e indefinible que no podía imitarse. Lo difícil, decía Nietzsche, no consiste en organizar una celebración, sino encontrar quienes gocen con ella. Montoliu lo hizo y Valencia también gracias a él. La figura de José Manuel Calvo Boninchón tardará en ser reemplazada
La pureza es la entrega absoluta en el diálogo sincero con el toro. Es hermoso coronar el triunfo con la juventud y alcanzarlo con el riesgo y el peligro de la pureza junto al hermetismo de la muerte. A lo largo de los siete años que estuvo en el escalafón menor, tan solo toreó veintiséis novilladas picadas y le tocó saborear la época menos grata de la fiesta. Como subalterno debutó en la plaza francesa de Pomarez el 2 de marzo de 1980 junto a Vicente Ruiz, “El Soro” y su debut en Valencia como banderillero llegó el 17 de marzo de 1981 a las órdenes de Guillermo Ciscar Chavalo, que alternaba con Curro Romero y José María Manzanares frente a un encierro de Gabriel Rojas. En el invierno del 83 al 84, Paco Ojeda, máxima figura del momento, tendió la mano al subalterno valenciano y coincidió con Juan Martín Recio, un compañero clave en su trayectoria. Ojeda se retiró y tanto Montoliu como Recio se pusieron a las órdenes de Antonio Chenel, “Antoñete”, donde ambos crecieron exponencialmente y, sobre todo, se vio al mejor Montoliu de todos los tiempos. La diferencia: Recio era más poderoso con el capote y Montoliu más elegante con las banderillas. “Periquito” completaba como tercero la histórica cuadrilla del torero del mechón blanco.
La fama del valenciano estaba desbordada, igual que su afición, y debía aprovecharlo. “Antoñete” se cortó la coleta y el niño que creció en la población castellonense de Teresa dejó los palos para tomar la alternativa. El domingo 2 de marzo de 1986, con un vestido gris plomo y oro, tomó la alternativa en Castellón. Lo hizo con el toro “Correcostas” de la ganadería de Sánchez Dalp, con Julio Robles de padrino y Espartaco de testigo. Ese mismo año, en pleno San Isidro, confirmó la alternativa de manos de Emilio Muñoz y en presencia de Pepín Jiménez con “Garrafero” de Samuel Flores. Después de torear un total de nueve corridas de toros como matador de toros con Simón Casas, actual gerente del coso valenciano, junto a Enrique Patón y Roberto Espinosa como apoderados, cambió, de nuevo, el oro por la plata y entró en la cuadrilla de Víctor Mendes durante una temporada. Luego estuvo dos con Miguel Báez Spínola, “Litri”, donde coincide con Manuel Rodríguez “El Mangui”. El Soro volvió a llamarle después de arreglar unas disidencias que surgieron a raíz de la marcha su cuadrilla en la primera época como banderillero. El subalterno toreó solo una temporada con el diestro de Foios, donde compartió cuadrilla con su amigo Antonio Fernández Tejada, conocido en el toreo por “Canina” y después de un par de temporadas apartado de las grandes ferias por apoderar a los novilleros Victoriano González y Ángel de la Rosa y ejercer de gerente de la plaza de toros de Benidorm, lo fichó José María Manzanares para la temporada 1992, donde se centró en lo que mejor sabía hacer y llegó, de nuevo, el mejor Montoliu. Pero Sevilla marcó la historia. Lo que le diferenciaba del resto de mortales era la torería, aquel aroma misterioso e indefinible que no podía imitarse. Lo difícil, decía Nietzsche, no consiste en organizar una celebración, sino encontrar quienes gocen con ella. Montoliu lo hizo y Valencia también gracias a él. La figura de José Manuel Calvo Boninchón tardará en ser reemplazada.
Jaime Roch
(Artículo publicado en el periódico LEVANTE-EMV en la edición de papel de 13.03.2017, Valencia)