Curro Romero, 60 años de leyenda

El histórico diestro sevillano tomó la alternativa un 18 de marzo en la Feria de Fallas de 1959.

El 18 de marzo de 1959, Gregorio Sánchez y Jaime Ostos concedieron la alternativa a Curro Romero frente a toros del Conde de la Corte y «Vito», número 17, fue el ejemplar de la ceremonia tal día como hoy hace 60 años. El histórico diestro sevillano asegura a Levante-EMV que «el día de mi doctorado fue muy especial, pero la corrida no sirvió. La afición siempre me ha tratado con mucho cariño cuando he toreado en València, aunque no se hayan dado esos triunfos gloriosos de Sevilla».

Las crónica en este periódico, firmada por Recorte, manifiesta que el festejo no respondió a la expectación de la gente aunque que «Curro Romero entusiasmó al torear con el capote con su peculiar estilo». Esa día, Jaime Ostos sufrió una cornada y Gregorio Sánchez tuvo que estoquear tres toros. La buena imagen del sevillano ofrecida en un día tan trascendental, le sirvió para aceptar la sustitución de Ostos con la intención de torear al día siguiente. Ostos, en contra de la opinión de los médicos, quiso hacer el paseíllo y Romero tuvo que esperar para volver a València.

El maestro Curro, que ha salido cinco veces por la Puerta del Príncipe de Sevilla y tiene siete salidas a hombros en Madrid, recuerda con especial cariño el festejo con el que conmemoró el 40 aniversario de su alternativa en el Cap i casal porque «toreé muy bien con el capote y corté una oreja. La tarde del doctorado de Vicente Barrera también sentí mucho el cariño de la gente». La figura también expone que «en Valencia no tenía ese miedo de que me abroncaran por si la tarde no funcionaba. En cambio, otras plazas como Pamplona sí sufría una mayor dureza».

Curro Romero nos abrió las puertas de su Sevilla vital, esa ciudad que «me parió como artista y me mantuvo todo el tiempo que estuve en activo. Es una plaza única». En la Maestranza, Curro ha realizado sus mejores faenas y las que más recuerda son la del año 1961, a un toro de Benítez Cubero, y la de 1964 en San Miguel, a un ejemplar de Manolo Camacho.

En los momentos que Romero interpretaba su clasicismo, tan personal como universal, se sentía como si flotara, no le pesaba ni el capote ni la muleta: «Me emocionaba de mi propia sensibilidad, que es condición indispensable para persuadir al espectador. No hay cosa más bonita en el mundo que emocionarse con el arte. Emocionarse delante de un toro es más fácil que emocionarse delante de un cuadro porque, en una faena, el torero se juega -más que un triunfo o un fracaso- la propia vida. Eso se consigue con una entrega absoluta, que no depende del intelecto, sino del sentimiento. El toreo es dominar y, a la vez, acariciar. Es difícil ponerle palabras a esa situación».

El Faraón de Camas impacta, en las distancias cortas, por su gran corazón y humanidad. Su persona encarna la sencillez, el respeto y la humildad de los grandes genios. Desprende misterio, sabiduría y sentimiento en sus frases que, en el fondo, son sentencias de un torero con 42 años de actividad: «Después de contemplar una faena, donde el torero acaricia la embestida con sentimiento, naturalidad y pureza, la gente llora en los tendidos. ¿Cómo explica uno eso? Yo no puedo. El toreo es inexplicable».

Jaime Roch

(Entrevista publicada en el periódico LEVANTE-EMV en la edición de papel de 18.03.2019, Valencia)