
Urdiales interpreta un derechazo inmenso, con la naturalidad como marca distintiva. Foto: Miguel Pérez-Aradros
Diego Uridales entró en el corazón de la historia del toreo tal día como hoy hace cinco años y lo logró por la puerta de la verdad, la pureza y la naturalidad. Fue en Bilbao, gracias a la inolvidable labor a “Favorito”, un toro de Alcurrucén, colorado y bocidorado, que parecía sacado de un museo, precioso de presentación y hermoso de hechuras: engatillado de pitones, largo de cuerpo y bajo de altura.
Ese 29 de agosto, el toreo de La Rioja desprendió un halo de singularidad insondable y realizó la faena total en el mismo sentido en que Balzac creó la novela total y Wagner ideó la ópera total. Una labor que resumió sus ambiciones, triunfos y desventuras a lo largo de su larga trayectoria artística: “Ha sido una de las tardes más importantes de mi vida porque ratifiqué una categoría de torero que muchos se resistían a reconocer en ese momento”, explica Diego Urdiales al otro lado del teléfono, con ese tono serio y sincero que también transmite su forma de torear.
Cuando Diego vio aparecer los pañuelos de las dos orejas por la presidencia, lloró como si se liberara de una lucha interior en medio de la adrenalina del triunfo para humanizar una obra de arte mágica. Los héroes clásicos también lloran porque “esa puerta grande me quitó todas las dudas y, a partir de ahí, me empezaron a tratar por mi condición de torero y no por las circunstancias de mi carrera”. Al fin, esos sentimientos auténticos de Urdiales reventaron las costuras del alma para convertir en eterna la tarde de Bilbao.
Dibujar como un niño, torear como un niño
Poner adjetivos a una faena así es “muy difícil por su intensidad” -reconoce el torero de Arnedo-, pero delante de “Favorito” se sintió “como un niño, como cuando en la infancia sueñas con la idea de torero que quieres llegar a ser”. Era tal la levedad, su ligereza frente al alcurrucén que Urdiales explica esa sensación con la cita de Picasso con la que manifiesta que me llevó toda la vida aprender a dibujar como niño: “Esa búsqueda de adaptar el toreo que sueñas siendo niño delante de un toro en una plaza de primera con la madurez que aportan los años fue la cumbre de Bilbao, fue el fruto de toda una vida de torero”, anuncia como si cada día introdujera nuevos ingredientes a su toreo con el mismo cuidado con el que un pintor repasa los bordes de su cuadro o un escultor mejora su obra.
“Favorito”, según el torero de La Rioja, fue recogido de cara y serio en su morfología y, en su comportamiento, tuvo una embestida que “permitía torear con los codos, la cadera y las muñecas”. Es decir, eso que llama el maestro Curro Romero a torear con todo el cuerpo. El diestro recuerda del toro que “me encantó la sinceridad de su entrega en la muleta porque había momentos en que pedía sometimiento y otros caricia, para torear sin ningún tipo de toque en la muleta y para imprimir ese sentimiento especial en el tanto creía, en el que tanto confío la afición de Bilbao y que ha podido ver en tres puertas grandes (2015, 2016 y 2018)”. En ese sentido, Urdiales, también se acordó de la tarde en que se enamoró del encaste Núñez. Fue en la plaza alicantina de Elda, en una novillada con picadores de Nazario Ibáñez en la que cortó tres orejas.
La admiración de los grandes
La intrahistoria de la tarde de Bilbao arranca mucho antes de iniciar el paseíllo a las seis de la tarde en Vista Alegre. El día de antes, después de comer en casa de sus amigos Luz y Mateo, que son “casi familia”, se encontró al portero de la plaza de toros de Bilbao paseando por la ciudad: “Nos dimos un abrazo y, en un gesto simbólico, le metí la mano en el bolsillo y le dije que le había robado las llaves de la puerta grande, a lo que él me contestó que cuando me sacaran a hombros se las devolviera. Y así fue, al día siguiente, se las lancé (metafóricamente) antes de cruzar el umbral”, describe recelosa y minuciosamente, con cierta carga de alegría como si mostrara esas ganas de pisar de nuevo una plaza de toros en estos tiempos de resignación.
El día del festejo, señala Urdiales, acudió a la Basílica de Nuestra Señora de Begoña y, cuando entró, se abrieron las puertas del templo y se encendieron todas las luces: “Para el que no es creyente, esto le puede parecer banal, pero a mí me dio mucha tranquilidad interior para afrontar una tarde tan trascendental”.
Después del éxtasis, ya en la tranquilidad del hotel, «Curro Romero y José Tomás me felicitaron antes de que me quitara el traje de torear», rememora el torero de La Rioja. “Recuerdo que el maestro Curro estaba muy emocionado porque él apostó por mí públicamente años antes de que llegara esta faena”. Como un héroe clásico, cuyas virtudes y triunfos se inmortalizan en vida, Diego Urdiales atravesó la puerta grande camino de la eternidad. Una huella que solo deja la magia del toreo.
Jaime Roch