La saga continúa
Manolo Montoliu entregó su vida en la Real Maestranza de Caballería de Sevillapor el toro bravo. Mañana se cumplen 25 años del suceso. El genial torero de plata afrontó en el ruedo maestrante el desafío entre la vida y la muerte con honor y rigor: fundamento del héroe homérico, un concepto que ha desaparecido actualmente de la sociedad. José Manuel Calvo Boninchón de nombre completo, adoptó el apodo Montoliu por pertenecer a la familia torera del mismo nombre. Su padre, Manuel Montoliu, fue picador de toros y actuó a las órdenes de Pedrés –época en la que nació su hijo-, Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, Gregorio Sánchez, Julio Aparicio o Miguelín. Se retiró por sufrir una lesión de cervicales cuando actuaba ante un novillo de Apolinar Soriano a las órdenes del primer Montoliu de la dinastía que iba a tomar la alternativa, torero que nació en Valencia hace sesenta y tres años con esa serenidad, con esa suavidad y ese temple que constituyen el privilegio de su arte torero. Su hijo Antonio Montoliu, el que fuera picador durante veintiún años a las órdenes de Ortega Cano, Luis Francisco Esplá, Juan Bautista o Juan José Padilla, ha heredado la vocación de su abuelo y José Manuel Montoliu, que continúa en activo, desarrolla la profesión de su padre junto a toreros como Antonio Ferrera y, antes, Curro Díaz. Ambos han demostrado la valentía y el amor que sienten por su respectivo progenitor en los ruedos de las principales ferias. Pero la dinastía, que ha pagado un enorme tributo para formar parte de la historia del toreo valenciano, no se acaba: Pepe Montoliu, hijo de Antonio y Gemma, sobrino de José Manuel, nieto del imborrable Manolo Montoliu y bisnieto de Manuel, picador que impulsó la saga, también lleva la tauromaquia en las venas. El niño no suelta los trastos de torear después de volver de las clases. Ha optado por la muleta antes que por las banderillas, igual que su abuelo en sus inicios. La afición es herencia familiar desde que Manolo, que dejó su empleo fijo en el Banco Coca cuando tenía 17 años para dedicarse a los toros, iba a ver como su padre se vestía de picador. La saga se inició en los años treinta con un joven de Torrijas -al sur de la Sierra de Javalambre, donde esparcieron las cenizas del malogrado subalterno- afincado en Valencia, Pedro Montoliu, fue un novillero sin pena ni gloria. Le siguió Julio Montoliu, con una breve trayectoria en el escalafón menor que acabó como de mozo de espadas y llegó, en tercer lugar, Manuel Montoliu, picador de toros y padre del banderillero. Éste tuvo un sobrino también llamado Manuel Montoliu y picador al que un toro de Miura en Bilbao le pegó una cornada.

El banderillero Manolo Montoliu en un momento de la brega
Aquel día
El doctor Ramón Vila Giménez, jefe de la enfermería de la plaza de toros de Sevilla desde 1978 hasta su jubilación en 2011, relata a Levante-EMV la fatídica tarde del 1 de mayo de 1992: “Montoliu fue el primer torero amigo que veía muerto en la Maestranza. Aquel día fue tan duro que hay una anécdota:Cuando di el parte de defunción en la puerta de la enfermería dije, en voz muy baja, que renunciaba al cargo como cirujano jefe y, al día siguiente, hubo tres compañeros que le pidieron a Canorea que les nombrara”. El médico manifiesta que superó aquel día gracias a su mujer porque llegó a casa derrumbado: “Comprendí que era una cosa que podía pasar y que a Montoliu se le hizo todo lo humanamente posible porque lo operamos pero estaba totalmente destrozado por dentro. Mi mujer me dijo que tenía que ponerme en el sitio de los toreros, es decir, seguir toreando a pesar de tener cornadas muy gordas”. Ramón Vila relata que Montoliu ingresó cadáver en la enfermería porque “cuando traen a un matador herido, generalmente, va boca arriba y Manolo estaba hundido dentro de su chaquetilla” –continúa profundizando en el trágico día- “creo que en el mismo instante en que “Cubatisto” le metió el pitón, cesó su vida. Lo cual tiene una mínima ventaja porque si hubiera quedado hecho polvo, a lo mejor no lo hubiera superado”. Vila ha tenido toreros que se han suicidado por la impotencia de no poder torear. Por ejemplo, al Bala le amputaron una pierna de una cornada y se suicidó. La pureza es la entrega absoluta en el diálogo sincero con el toro. Es hermoso coronar el triunfo con la juventud y alcanzarlo con el riesgo y el peligro de la pureza junto al hermetismo de la muerte. La torería le diferenciaba del resto del mundo. Siempre en el recuerdo, Manolo. València sigue su legado.
Jaime Roch
(Artículo publicado en el periódico LEVANTE-EMV el 29.04.2017)